
En las faldas de la colina desde donde se descuelgan las viviendas auto construidas de la población 8 de julio, separado brutalmente del resto, se yergue una extraña edificación que se conoce como El Castillo. Tres pisos de piedra, fierro, cemento y la inédita existencia en estas tierras de un sótano, según algunos, conectado por túneles con la iglesia de la plaza, la escuela de monjas cerca del centro y la casa religiosa del Sagrado Corazón.
El viejo matrimonio aristocrático tenía una hija veinteañera que estaba siendo cortejada por el mismo arquitecto que había construido la estación de ferrocarriles de Ovalle. De tal forma se dieron las cosas que, tras quedar viuda, la madre de la joven, habiendo adquirido en la capital muebles antiguos de talladura artística, arrimos, plateros, mesas y sillas de patas torneadas, lámparas de lágrimas y todo tipo de ornamentos, se empecinó en tener un palacete donde se luciera su compra pomposa... (continuará)